Pasé casi los primeros tres años de mi vida en un orfanato dirigido por una orden de monjas católicas romanas, y creo que es justo decir que la leche de la bondad humana no fluía exactamente por sus venas.
Todavía soy católica y sigo asistiendo a la iglesia, pero hasta el día de hoy a veces me estremezco cuando veo monjas.
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