En los últimos meses ha surgido un patrón inquietante en las principales ciudades de Estados Unidos. A medida que la administración del presidente Donald Trump despliega agentes federales y tropas de la Guardia Nacional en las jurisdicciones, a menudo a pesar de las objeciones de residentes y líderes, los departamentos de policía se ven obligados a navegar por una situación cada vez más precaria. Si abogan por la intervención federal, corren el riesgo de dar la impresión de que están actuando en contra de la voluntad de las comunidades a las que sirven. Cuando no se adhieren a la agenda de Washington, provocan una reacción política porque no muestran lealtad incondicional a la “delgada línea azul” que une a las fuerzas del orden.
Esta situación desesperada es otro síntoma de la creciente politización de la aplicación de la ley y la seguridad pública. Y como teniente de policía retirado que pasó más de dos décadas en el servicio policial, veo esta tendencia como una amenaza existencial a la legitimidad de la que depende nuestra profesión para ser eficaz.
Cualquiera que haya trabajado en este campo sabe que la actuación policial sólo puede funcionar mediante la confianza y la cooperación comunitaria. Nuestra capacidad para mantener la seguridad depende de la creencia del público de que la policía está ahí para protegerlos, no para actuar como fuerza de ocupación o brazo de poder político. La intervención federal en la policía local desdibuja esta frontera y conduce a una cuerda floja que es difícil de manejar para los ministerios.
En el área de Chicago, las tácticas de mano dura de las autoridades federales han puesto a la policía local directamente en el fuego cruzado, tanto en sentido literal como figurado. Después de que agentes federales utilizaron repetidamente gases lacrimógenos en vecindarios residenciales, exponiendo al menos a 40 agentes de policía de Chicago e innumerables transeúntes, un juez federal emitió una orden judicial que prohibía el uso de ciertas formas de fuerza contra los manifestantes. En la cercana Broadview, agentes federales también dispararon gases lacrimógenos contra la policía local frente a una instalación del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, lo que provocó protestas periódicas. El jefe de policía de la aldea ha acusado a los agentes de ICE de presentar informes policiales falsos y su departamento ha iniciado al menos tres investigaciones criminales sobre incidentes que involucran a agentes de ICE.
Perder la confianza del público
En Washington, D.C., la policía local enfrenta intensas críticas luego de que no documentaron un tiroteo perpetrado por un agente federal durante una parada de tránsito en octubre. Aunque el Departamento de Policía Metropolitana no fue responsable del tiroteo, su decisión de no incluir el tiroteo en un informe de incidente posterior planteó serias dudas sobre la transparencia y la rendición de cuentas. Un oficial incluso testificó que un supervisor le había ordenado que no documentara el incidente en los registros judiciales. Ya sea que esta decisión se haya basado en confusión, presión o temor a repercusiones políticas, el resultado es el mismo: una pérdida de confianza pública que afecta la capacidad del departamento para hacer su trabajo de manera efectiva.
Problemas similares han surgido en Portland, donde los líderes policiales han testificado que la intervención federal ha hecho que su trabajo sea más difícil, no más fácil. Durante un reciente juicio federal sobre la legalidad del envío de tropas de la Guardia Nacional a la ciudad, un comandante de la policía local dijo al tribunal que las protestas habían aumentado en tamaño e intensidad tras la orden de despliegue de Trump. También documentó incidentes “horribles” de fuerza excesiva por parte de agentes federales, incluido el uso de gases lacrimógenos y bolas de pimienta, que afectaron tanto a los manifestantes como a la policía local. Su declaración se sumó a las preocupaciones de los funcionarios locales que habían advertido que la participación federal representaba un peligro innecesario para los funcionarios y el público.
Estos incidentes indican tensiones crecientes entre las agencias policiales locales y federales que solo complican aún más el panorama general de seguridad pública. Cada nuevo enfrentamiento plantea riesgos adicionales para la comunidad y obliga a la policía local a desviar su atención de su misión principal de prevenir y resolver delitos. Esa tensión pareció resurgir en Chicago en octubre cuando agentes de la Patrulla Fronteriza se enfrentaron con manifestantes y la policía local fue acusada de no brindar suficiente apoyo para asegurar la escena, una afirmación que el comisionado de policía de la ciudad ha cuestionado.
Comportamiento partidista
Algunos departamentos también han tratado de encontrar un punto medio muy necesario ante este conflicto emergente. Después de que millones de estadounidenses salieran a las calles en las protestas “No Kings” en octubre, varias organizaciones importantes agradecieron públicamente a los manifestantes por mantener la paz y reiteraron su compromiso de proteger los derechos de la Primera Enmienda.
En lugar de involucrarse en una narrativa de “nosotros contra ellos”, la policía de ciudades como Chicago, Seattle, San Diego y Nueva York emitió declaraciones que se mantuvieron centradas en la comunidad y libres de posturas partidistas. Estas autoridades parecieron reconocer que los manifestantes eran personas cuya confianza y apoyo necesitaban para ser efectivos, y cuyas libertades habían jurado proteger. En una época de creciente polarización, este tipo de participación recuerda al público que, en última instancia, la policía sirve a la comunidad, no a una entidad política. Pero la naturaleza politizada de la interferencia federal sólo hace que ese mensaje sea más difícil de sostener.
En esencia, la actividad policial depende de la legitimidad: la creencia de que los agentes actúan de manera justa, legal y al servicio del pueblo. Tan pronto como esta creencia comienza a flaquear, la confianza pública también comienza a flaquear. Cuanto más se involucran las fuerzas del orden en luchas partidistas, más difícil les resulta a los oficiales promover la cooperación. En lugar de crear asociaciones, deben intentar superar las divisiones.
Si los líderes realmente quieren actuar en interés de la seguridad pública, primero deberían asegurarse de que la policía permanezca aislada de la política. Eso significa respetar los límites entre las autoridades federales y locales, exigir que las fuerzas del orden cumplan con altos estándares de transparencia y rendición de cuentas, y confiar en que las comunidades determinen sus propias prioridades de seguridad. En última instancia, la actuación policial funciona mejor cuando las agencias pueden centrarse en su misión principal (mantener seguras a las comunidades) sin la distracción adicional de la política.
La teniente retirada Diane Goldstein es una veterana policial de 21 años y directora ejecutiva de Law Enforcement Action Partnership, conocida como LEAP, un grupo sin fines de lucro de agentes de policía, jueces y otros profesionales encargados de hacer cumplir la ley. ©2025 Chicago Tribune. Distribuido por la agencia Tribune Content.
















